En Mal de escuela, Daniel Pennac aborda la cuestión de la escuela y la educación desde un punto de vista insólito, el de los malos alumnos. El prestigioso escritor francés, un pésimo estudiante en su época, estudia esta figura del folclore popular otorgándole la nobleza que se merece y restituyéndole la carga de angustia y dolor que inevitablemente lo acompaña. Desde su propia experiencia como «zoquete» y como profesor durante los veinticinco años que ejerció en un instituto de París, Pennac reflexiona acerca de la pedagogía y las disfunciones de la institución escolar,sobre la sed de aprendizaje y el dolor de ser un mal estudiante, sobre el sentimiento de exclusión del alumno y el amor a la enseñanza del profesor.
Mal de escuela es un entusiasta regreso a las aulas, lleno de ternura, humor y sentido común. Un fenómeno editorial en Francia capaz de reabrir el debate de la educación.
En Como una novela , el autor realiza consideraciones sobre el porque no leen los adolescentes y presenta
Al principio, a los niños no se les imponía la lectura como tarea. Los adultos, sus padres, sólo pensaban en su placer, se transformaban en narradores, estimulándoles la imaginación. “Así descubría la virtud paradójica de la lectura que consiste en abstraernos del mundo para hallarle un sentido”.
Cita a la televisión corruptora que gana adeptos, en su pasividad, esa dispersión, a diferencia del libro, se da masticada, nada se conquista. Sabiamente Pennac recoge la escena de un joven obligado a terminar un libro:"mientras no lo acabes, no hay televisión”. Expresa claramente nuestras terribles contradicciones: elevamos la televisión a un premio y reducimos el libro a un castigo.
También alude a la diferencia generacional, los adolescentes de hoy son hijos de su propia época. La sociedad anterior, en materia de lectura, tenía como única preocupación, poner ciertos libros en estantes inaccesibles; y la generación anterior a ésta, prohibir a las mujeres la lectura. “Mientras que hoy… los adolescentes son clientes integrales de una sociedad que los viste, los distrae, los alimenta, los cultiva; en la que florecen los macdonalds, los bares y las tiendas de moda. Nosotros íbamos a rumbas, ellos van a discotecas, nosotros leíamos libracos, ellos oyen casetes… En resumen, ya no leen.”
La escuela es otra gran destructora de lectores en potencia. Sus enseñanzas monótonas y repetitivas, el anacronismo de los programas, la incompetencia de los docentes, la carencia de bibliotecas, el presupuesto del ministerio de Cultura, convierten a la lectura en una obligación.
El autor explica que el placer de leerle a un niño no se perdió, apenas se extravió. Hay que saber por que caminos buscarlo y para ello, hay que enumerar ciertas verdades que nos conciernen sólo a nosotros que afirmamos que nos gusta leer y pretendemos compartir ese amor por la lectura. Muchos padres piensan que el aprendizaje de la lectura se da de manera natural, como el caminar erguido o el del lenguaje. Otros piensan que cuando la escuela le enseña a leer al niño, ya no hay necesidad de involucrarse. Otros en cambio, agobian a los niños con preguntas como “¿qué es lo que acabas de leer allí? ¿Qué quiere decir eso?” Pennac explica que hay que darle el deseo de aprender, tomando en cuenta la presencia de interés.
El niño es un buen lector desde el comienzo y lo seguirá siendo si se nutre su entusiasmo, en lugar de poner a prueba su idoneidad, si estimulamos su deseo de aprender, si ayudamos a que sientan el placer de la lectura.
Debemos comenzar a leerles gratuitamente sin preguntar si entendió. A veces llegan a dormirse, a veces nos pedirá que releamos el mismo cuento para saber si no lo soñó, hasta que decida cambiar de texto e ir a otro. Veremos pronto el progreso cuando una noche diga que nos salteamos una línea. Tomará el libro y señalará dónde y la leerá. Otra noche querrá leer con nosotros, otra querrá comenzar él, y una noche dirá hoy leo yo. “Es fácil volver a encontrarlo. Basta con no dejar pasar los años. Basta con esperar la caída de la noche, abrir de nuevo la puerta de su cuarto, sentarnos a su cabecera, y retomar nuestra lectura común. " Leer para aprender".
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